sábado, 8 de marzo de 2014

¿Alma?, pues va a ser que no.

     Desde los inicios del pensamiento humano la filosofía ha tratado de desentrañar la esencia del ser y, como no, la esencia del ser humano, su finalidad última en este mundo como forma de justificar que la propia existencia tiene sentido y, asi, superar el miedo a la muerte. 

     Desde el  punto de vista anterior, el pensamiento filosófico ha mostrado diversas formas de definir al hombre, tratando de aclarar la relación que existe entre los procesos físicos y los mentales, existiendo una gran diferencia entre autores como Platón, Aristóteles o Descartes que defienden el dualismo antropológico, que distingue el cuerpo físico del alma espiritual o mente, y los autores que defienden el monismo, que considera al ser humano como una unidad, bien concibiendo que no existe nada espiritual y que todo lo que existe es físico (materialismo) o bien concibiendo que la mente humana es un producto nuevo y distinto que surge a partir del cerebro (emergentismo).

     Pero las teorías anteriores siguen sin aclararnos la eterna pregunta, esa duda existencial e inquietante que deriva de saber si sólo somos cuerpo y mente o solo una de las dos cosas, y que los humanos nunca hemos dejado de hacernos: ¿existe vida detrás de la muerte?. En mi opinión, sólo somos seres materiales y físicos, y los procesos mentales son reflejo de la capacidad y del desarrollo biológico de nuestro cerebro, y como tal ente físico, tenemos fecha de caducidad, sin ninguna trascendencia nada más que empezar a vivir y dejar de hacerlo cuando la madre naturaleza lo indique. Ya llevamos muchos siglos dándole vuelta a la misma historia; de haber algo en el más allá creo que ya se hubiese descubierto.

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